Cuando conoces a los padres entiendes a los hijos. Marta es compradora compulsiva. ¿Cómo va a ser Pablito un niño normalizado si desciende de una adicta a las compras y de un forofo de los antepasados de la humanidad? Imposible.
-Estoy a cero, Sophia. ¿Puedes hacerme un préstamo?
-Yo presto todo menos dinero.
Marta quería dinero. Después de las fotografías en la Estación de tren del Oeste, diseñada por Eiffel, perdió su norte en un centro comercial próximo. Lo que no gastó en las tiendas de moda, lo limó toda la noche en la discoteca.
-Mi marido no me pasa la pensión de separada.
-A mí tampoco me pasa Carlos la pensión de soltera.
-No bromees, Sophia. Es una situación seria: he gastado todo el dinero que me dio Mara.
-A mí todavía no me pago.
-Pídele tu sueldo y me haces un préstamo.
Pablito intercedió a favor de su madre. Las empresas de rescate firmaban unas capitulaciones por las que una quinta parte de sus beneficios eran para el Rey, El capitán ponía la gente y el barco.
-El dinero lo ponían los prestamistas, profe Sophia.
-De eso se trata, Sophia, de un préstamo.
Mi cabeza daba vueltas. La madre estaba en el siglo XXI y el hijo andaba por el XVI. Yo no sabía donde estaba. Empezaba a creer que era prestamista.
-Si los conquistadores encontraban botín, el capitán era nombrado gobernador y a sus soldados le concedían encomiendas de indios.
-Sophia, yo te concederé lo que quieras.
-¿Una encomienda de indios?
-Lo que quieras, Sophia. Te puedo enviar la niñera de Pablito. Es una peruana muy honrada.
-Con las encomiendas, los soldados se convertían en señores feudales.
-La peruana te llamará señora.
-Como si me llama Juana -exploté- No presto mi dinero. Y tú, cállate, Pablito. No me interesan las encomiendas, ni los indios, ni los señores feudales.
Marta marchó furiosa. Me llamó mala amiga. No sabía que eramos amigas.
No comments:
Post a Comment