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Can Durán es un restaurante que está en Rambla Angel Guimerà, 18, 08328 Alella, España; un restaurante de cocina mediterránea que vale mucho la pena. Es una cocina muy de restaurante popular que siempre agrada cuando vas con tu familia sin buscar cocina creativa sino más bien huyendo de las creatividades de los cocineros famosos o que intentan alcanzar la fama con artistadas en sus platos.
Nosotros comimos "Pesols" la "Escalvada" el "Pollastre al Forn" y "Ous con Patates" por un precio muy razonable. La mayoría de platos van con una buena ración de patatas fritas. Como os decía no es un restaurante nada caro. Una ración de patatas fritas te sale en unos cinco euros y no son sólo patatas fritas sino que llevan su buen trozo de pollo frito. Comes como en la casa de tu madre, pero sin ayudar a tu progenitora a lavar los platos.
Os recomiendo Can Durán, un restaurante con un personal muy amable y atento. No tienes que esperar horas ni para pagar ni para que te traigan los platos que les has pedido. Mi marido apreció mucho que tuvieran el vinagre de Jerez que tiene su madre en casa siempre. No es capaz de tomarse si no lleva este vinagre. Dice que es un vinagre sin colorantes que no lleva azúcar.
No descarto volver a este restaurante. Te sientes como en tu casa tanto por el trato recibido como por los platos del menú. Yo prefiero comer una patatas fritas con pollo frito a un plato de cocina creativa que me deje con hambre.
Este restaurante lleva muchos años abierto. Por eso es tan conocido. Tiene un comedor muy grande, decorado sin lujos. En este restaurante prima la funcionalidad. Tiene muchos platos de cocina casera catalana. Todo está muy rico. a nosotros nos lo recomendaron unos amigos que saben que nos gusta la comida casera, sobre todo para comer cuando llevamos a las niñas. Fue una buena recomendación.
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Lo que menos me gustó del Hotel Marsol fue el restaurante. Fuimos a comer el primer día de los tres días que pasamos alojados en este hotel y nunca más. Nos sentamos en la mesa con las niñas y esperamos media hora antes de que aparecieron ante nosotros unos platos de patatas bravas y unos calamares. No eran gran cosa ni los calamares y ni las patatitas. para mi estaban algo crudos ambas. Me gusta la comida muy hecha, es decir, bien cocida.
No acabó ahí nuestra decepción. Faltaba ver la factura de la comida. Echamos cuenta y nos salían los calamares a unos diez euros por cabeza y eran dos o tres, no más y otro tanto había que sumar de las patatas bravas. Nos alió la comida en veinte euros por comensal.
La habitación era para no dormir. Estábamos rodeados por ventanales, uno de ellos con una puerta que daba a una terraza. Mi marido decía que era una de las mejores habitaciones. Me informé y supe que todas las habitaciones eran iguales: habitaciones sin paredes de tabique y en el sito de los tabiques ventanales que no te dejaban dormir por la luz que entraba por sus cristales. Las cortinas no te quitaban tanta luminosidad. Pasé tres días sin dormir.
Mi marido se quejaba por los canales del televisor. Encontró seis canales rusos que no le interesaban y sólo TV1. No sé por qué quería ver la televisión. Yo me centré en lo mejor del hotel: las playas que tiene justo delante y las piscinas. Es un hotel para estar siempre metida en el agua que lo rodea cual sirena española.
No os lo recomiendo ni os lo dejo de recomendar. Podría mejorar mucho si le pusieran unos cortinones en las ventanas de las habitaciones que restaran luminosidad a unos cuartos no sobrados de espacio. Menos mal que tenían tanto cristal bien limpio. Hay que darle un diez al servicio de limpieza.
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Ir a comer al Martín Berasategui de Lasarte es un lujo más por lo que pagas que por lo que comes. Mi marido fue echando dinero en la hucha de los caprichos para ir a cenar conmigo. Yo no quería ir porque eso de comer con raciones tipo tapa de bar de barrio no va conmigo. Estos restaurantes de cocinero elitistas me parecen una estafa.
Lo que más me gustó fue el servicio. Son atentos, discretos y no te agobian. Tal vez me vieron ganas de no querer explicaciones. Esto lo valoro mucho. No me gusta que me den explicaciones que no pido sobre platos y vinos.
El restaurante está en una casa de pueblo vasca en medio del pueblo de Lasarte. Me llamó la atención. Una no espera que un restaurante en plena aldea sea tan famoso. Casi habría que pagarles a los clientes por ir en coche hasta allí. Va gente de toda España y también del extranjero.
Nosotros pedimos el Gran Menú Degustación que es como un batiburrillo de propuestas del chef. Es lo mejor que puedes pedir para saborear lo mejor de este restaurante Tres estrellas Michelin. Son catorce platos que se quedan en catorce tapas muy bien presentadas y con unos olores que les ponen en la cocina echándoles sabe Dios qué. Se trata de cocina creativa. Cocina para saborear, no para alimentarte. No me imagino comiendo tapitas bien colocaditas todos los días.
No os recomiendo ni os dejo de recomendar el Martín Berasategui. Lo que sí os recomiendo es ir invitados. Es un restaurante muy caro. Cuando fuimos nosotros había una familia que estaba celebrando el cumpleaños del abuelo, un señor de 90 años que se ponía de vino hasta las cejas.
Lo mejor del restaurante son sus vistas. Desde las ventanas del comedor ves un paisaje rural de postal de Navidad invernal. El restaurante está en una zona muy tranquila. Te olvidas del mundanal ruido mientras comes. Vuelves a la realidad cuando te pasan una factura de más de seiscientos euros por cabeza. Mucho dinero para lo que comimos. Yo comí una ensalada que sabía a ensalada, pero tenía unos ingredientes que no reconocías como ingredientes de ensalada. Después de la ensalada me animé con la "Tortilla galo celta de jamón y trufa" que es sublime, pasé al marisco (increíble la ostra cocina al estilo de la casa, su preparación y presentación), unas verduras, algo que parecía carne, un pescado que me recordó la merluza y extraordinarios postres.
¿Y la bebida? Decidimos beber un Cava, Juve Camps Gran Reserva, que maridaba perfectamente con este tipo de menú de múltiples platos en pocas cantidades.