Thursday, October 18, 2007

El fantasma, 5



A Carlos se le curan los enfados cuando me pongo en plan florecilla temblorosa. Le gustan las mujeres estilo siglo XIX. Lo malo es que a mí poco tiempo me dura el tembleque.

-No puedo vivir con un gato.
-Debe ser de algún vecino.
-Dale de comer antes de que se atreva a arañarnos.
-¿Qué comen los gatos, Sophia?
-Prueba a darle leche.

Busco un cuenco en el armario y lo pongo en el suelo. El gato se acerca y maulla con más ganas.

¿Qué hay que hacer cuando te entra un felino en casa? Busco en las páginas amarillas una protectora de animales. Estoy tan nerviosa que no encuentro ninguna. Mi dedo índice tropieza con una tienda de venta de animales. Los llamo. No hay manera de endosarles el gato.

-Un gato persa le ira mejor -insiste la vendedora.
-¡No! -chillo-. Quiero que vengan a buscar el gato que les regalo.
-Nosotros vendemos animales -dice la señora con voz de madrastra de Cenicienta.

Cuelgo. La solución pasa por la crueldad. Me armo con una escoba e intento echar al gato.

-¡Le estás pegando al gato! -exclama Carlos.
-No, amor, lo estoy pastoreando hacia la puerta de salida.

El gato vuelve a enseñar los dientes provocándome otro ataque de pánico. Cierro la puerta de la cocina dejándolo encerrado, en un golpe de valentía.

-Ahí se queda para siempre jamás.
-Llamaré a los bomberos -dice Carlos-. No podemos tener un gato encerrado en la cocina sine die.
-¡Te lo prohibo! Vendrían armando mucho escándalo, amor, y no es para tanto. El gato, si quiere comer, tiene la nevera llena de comida, y nosotros comeremos fuera.

Un nuevo estrépito nos sobresalta. Nos miramos. El gato está encerrado en la cocina y el ruido procede de nuestra habitación. ¿Tendremos otro bicho en casa?

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