Carlos llamó al ayuntamiento. Le prometieron venir dentro de dos días a buscar el gato; mientras tanto, no podremos utilizar la cocina.
-Vamos a cenar con mamá. Se aloja en el Hotel María Pita.
-Yo no voy. Me odia.
-No digas tonterías, Sophia.
-Quiere divorciarnos.
-Yo voy a comer con mi madre.
-Pues vete, hombre. Prefiero quedar sola con el fantasma de tu abuelo que se pasea por toda la casa tirando platos, espejos, lámparas y todo lo que rompe.
-El tocador de la habitación cayó porque estaba mal colocado.
-¿Y las lámparas?
-Bueno, me voy.
Media hora más tarde me llama. Su madre no está, y en el hotel no saben donde se encuentra.
-La llevarían los hados.
-¡Sophia!
-La última vez que la vi fue en esta casa rodeada de abogados y amenazándome con romper nuestra unión de hecho.
A Carlos se le rompe la paciencia. Cuelga. El gato maulla en la cocina como si lo mataran. Empiezo a creer que es la reencarnación felina del abuelo de mi chico.
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