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AUDIBLE: libros leídos por famosos

Friday, February 29, 2008

El fantasma, 20

 Yolanda se fue. Marchó cerrando la puerta sin hacer ruido. Nos dejó el manuscrito par que buscáramos en él el por qué de nuestras vidas.
 
 -Tu amiga está de broma. Quiere ser famosa y ha escrito nuestras memorias -me dice Carlos, mientras Mara sigue leyendo, pasa las páginas buscando el rastro de Alberto.
 -No puedo vivir sin Alberto -repite.
 -Tú lo que no puedes es vivir sin dinero -grita Margot.
 
 Chillo. No la había oído entrar. La madre de mi chico estaba en Vigo. ¿Qué hace aquí?
 
 -He venido a impedir que te cases con Carlos -me dice, como si leyera mis pensamientos-. Mis abogados han anulado la inscripción de pareja de hecho. Vamos, hijo. Isaura de los Claveles será la madre de tus hijos.
 
 Carlos se va. Me dice adiós desde la puerta. Adiós. Sólo Adiós.
 
 Mara vuelve a llorar.
 
 -No llores, Mara. Por lo menos, tú eres viuda.
 -Te ha dejado, Sophia. Pobrecita.
 -¡No la compadezcas! -grita Yolanda desde la puerta.
 
 Me sobresalto. Nunca había oído a nuestra poeta gritar. Ahora baja la voz, la deja susurrante:
 
 -La compasión es el peor de los desprecios.
 
 Me estremezco. No, no quiero ser compadecida por nadie. Soy una mujer libre, lo era antes del abandono de Carlos, y lo sigo siendo. Siempre hice lo que me dio la gana.
 
 También el gato hace lo que le da la gana: maulla. Le pregunto a Yolanda qué le pasa al gato.
 
 -Los gatos son animales inteligentes, Sophia. Saben que la primera característica que tenemos los seres humanos es la traición. Traicionamos o nos traicionan.
 -No es lo mismo traicionar que ser traicionada -observo.
 -Es lo mismo, Sophia -insiste Yolanda-. Los traidores y los traicionados son los protagonistas de la traición.
 
 El gato vuelve a maullar. Cae el jarrón de la mesa del recibidor casi sin hacer ruido.



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Thursday, February 21, 2008

El fantasma, 19

 Mara vio a Alberto en el espejo del pasillo. Pasa la mano por el cristal como si ella fuera Santo Tomás y su novio un Cristo aparecido en cuerpo resucitado.
 
 -Estaba aquí, Sophia, aquí.
 -Voy a llamar una ambulancia -dice Carlos-. Tu antigua jefa está loca.
 -Es la casa, amor. Nos vuelve locos a todos.
 -Llamad a Yolanda -nos pide Mara-. Las poetas son personas muy sensibles para las cosas sobrenaturales.
 
 Yolanda llega sin prisas. La oímos subir las escaleras sobre sus tacones altísimos. Nuestra poeta sustituye las sesiones de gimnasio por sanas caminatas que incluyen escaleras, muchas escaleras.
 
 Mara corre a abrazarla, pero no la abraza. Sin duda, recuerda que a Yolanda no le gusta que la achuchen.
 
 -Alberto está en este espejo. Tócalo. ¿Notas vida?
 -Te has equivocado de persona, Mara. Necesitas una médium.
 -No, Yolanda, no. Necesito poesía. Todos necesitamos poesía.
 -Esta mujer está loca -dice Carlos-. ¿La oíste, Sophia? Ahora necesita poesía.
 
 El gato vuelve a maullar, enseña los dientes, levanta las patas y se lanza sobre el espejo. Sujetamos a Mara para que no se tire sobre el felino exaltado.
 
 -Va a matar a Alberto.
 -Alberto ha muerto, Mara. Lo mataron en Ankara.
 -¿Qué dices, Yolanda?
 -No llores por Alberto, Mara.
 -¿Cómo no voy a llorar? ¡Es mi novio! Lo amo. ¿Sabes lo que es el amor?
 -No. Escribo mucho de amores y desamores, pero no sé lo que es el amor. Sólo sé lo que es el dinero.
 -¿Dónde está el cadáver de Alberto? -pregunta Carlos-. Tenemos que enterrarlo, inscribir su defunción en el registro civil, mirar su testamento.
 -Y hacer justicia. Sin han asesinado a Alberto, los asesinos tienen que pudrirse en la cárcel -tercia Mara.
 -Eso -dice Carlos-. ¿Quién lo ha matado, Yolanda?
 -Lo maté yo.
 
 La miramos escandalizados. Yolanda, de pie, mira sus uñas sin pintar, bien limadas, no muy largas.
 
 -¿Qué dices, Yolanda? -pregunta una incrédula Mara-. ¿Cómo ibas a matar tú a mi novio?
 
 Yolanda abre su bolso, saca una carpetita, la abre. Allí están sus famosas cuartillas. Yolanda busca en el manuscrito una página y me la entrega. Sólo leo un número 108 subrayado. No quiero leer más. No, me niego. Tapo los oídos sin soltar la hoja de papel.
 
 -Vosotros no existís, sois un cuento -la oigo a través de mis oídos tapados.
 
 Carlos se ríe. Mira a Yolanda como un hombre de negocios miraría a la doncella de la casa de sus padres.
 
 -Claro que existimos, mi niña. Yo soy un empresario, el mejor empresario de Galicia; llegaré a ser el Amancio Ortega de las finanzas gallegas.
 
 El gato vuelve a maullar con rabia, enseñando los dientes.
 
 -Nos va a atacar -dice Mara-, pero es igual. Sin Alberto no quiero vivir.
 
 No entiendo nada. Mara ha dejado de llorar. Es una viuda sin lágrimas. Yolanda sigue mirando sus uñas.



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