Mara vio a Alberto en el espejo del pasillo. Pasa la mano por el cristal como si ella fuera Santo Tomás y su novio un Cristo aparecido en cuerpo resucitado.
-Estaba aquí, Sophia, aquí.
-Voy a llamar una ambulancia -dice Carlos-. Tu antigua jefa está loca.
-Es la casa, amor. Nos vuelve locos a todos.
-Llamad a Yolanda -nos pide Mara-. Las poetas son personas muy sensibles para las cosas sobrenaturales.
Yolanda llega sin prisas. La oímos subir las escaleras sobre sus tacones altísimos. Nuestra poeta sustituye las sesiones de gimnasio por sanas caminatas que incluyen escaleras, muchas escaleras.
Mara corre a abrazarla, pero no la abraza. Sin duda, recuerda que a Yolanda no le gusta que la achuchen.
-Alberto está en este espejo. Tócalo. ¿Notas vida?
-Te has equivocado de persona, Mara. Necesitas una médium.
-No, Yolanda, no. Necesito poesía. Todos necesitamos poesía.
-Esta mujer está loca -dice Carlos-. ¿La oíste, Sophia? Ahora necesita poesía.
El gato vuelve a maullar, enseña los dientes, levanta las patas y se lanza sobre el espejo. Sujetamos a Mara para que no se tire sobre el felino exaltado.
-Va a matar a Alberto.
-Alberto ha muerto, Mara. Lo mataron en Ankara.
-¿Qué dices, Yolanda?
-No llores por Alberto, Mara.
-¿Cómo no voy a llorar? ¡Es mi novio! Lo amo. ¿Sabes lo que es el amor?
-No. Escribo mucho de amores y desamores, pero no sé lo que es el amor. Sólo sé lo que es el dinero.
-¿Dónde está el cadáver de Alberto? -pregunta Carlos-. Tenemos que enterrarlo, inscribir su defunción en el registro civil, mirar su testamento.
-Y hacer justicia. Sin han asesinado a Alberto, los asesinos tienen que pudrirse en la cárcel -tercia Mara.
-Eso -dice Carlos-. ¿Quién lo ha matado, Yolanda?
-Lo maté yo.
La miramos escandalizados. Yolanda, de pie, mira sus uñas sin pintar, bien limadas, no muy largas.
-¿Qué dices, Yolanda? -pregunta una incrédula Mara-. ¿Cómo ibas a matar tú a mi novio?
Yolanda abre su bolso, saca una carpetita, la abre. Allí están sus famosas cuartillas. Yolanda busca en el manuscrito una página y me la entrega. Sólo leo un número 108 subrayado. No quiero leer más. No, me niego. Tapo los oídos sin soltar la hoja de papel.
-Vosotros no existís, sois un cuento -la oigo a través de mis oídos tapados.
Carlos se ríe. Mira a Yolanda como un hombre de negocios miraría a la doncella de la casa de sus padres.
-Claro que existimos, mi niña. Yo soy un empresario, el mejor empresario de Galicia; llegaré a ser el Amancio Ortega de las finanzas gallegas.
El gato vuelve a maullar con rabia, enseñando los dientes.
-Nos va a atacar -dice Mara-, pero es igual. Sin Alberto no quiero vivir.
No entiendo nada. Mara ha dejado de llorar. Es una viuda sin lágrimas. Yolanda sigue mirando sus uñas.
¿Con Mascota por primera vez? - Sé un mejor Amigo
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