Regalos personalizados

AUDIBLE: libros leídos por famosos

Friday, July 27, 2007

El supermercado de don José, 6



Mi chico está cansado. Viaja más que el ministro de Asuntos Exteriores.

-Mara vino a buscarte a mi casa de Madrid. Quiere que hagas un reportaje en Gibraltar.
-¡Jamás! Hasta que Gibraltar no sea español legalmente yo no pongo allí mis lindos pies.
-Marta dice lo mismo.

Carlos se sienta en el sillón favorito de su abuelo y contempla la nueva decoración del salón.

-¿Qué hiciste con los libros?
-Los subí al trastero.
-Esta casa no tiene trastero, Sophia.
-Lo tiene el edificio de alado.
-¿Alquilaste un trastero para guardar los libros de mi abuelo?

Asentí.

Carlos me pide la llave.

-Encontré la caja fuerte del supermercado, amor. A ver si la abro esta semana.
-No cambies de tema, por favor. Dame la llave del trastero. Los libros son la herencia más importante que nos dejó mi abuelo.
-Pues ya no la tenéis. Repartí la herencia entre cientos de coruñeses anónimos: fui dejando libros por los bancos de los parques.
-Mi madre me mata.
-No se lo permito, amor. Me perteneces. somos pareja de hecho.
-Cuéntame eso.
-Estamos empadronados en esta casa.
-¿Cómo te atreviste, Sophia?

Los hombres no nos merecen a las mujeres. Encima que accedo a ser cajera-espía, pretende que viva ilegalmente en La Coruña.

-Yo soy de Vigo.
-¿Y qué?
-Un vigués nunca puede vivir en La Coruña.
-No seas aldeano, amor. Hay que ser ciudadano del mundo. Se es de donde se pace.
-Sí, como las vacas.
-No vi ninguna vaca por aquí, amor. Perros a montones. Hay uno en la terraza de enfrente que no me deja dormir.

Carlos no me escucha. Cuenta los libros que quedan.

-¿Qué hiciste con los obeliscos de mármol?
-No me hables de aquellos pedruscos. Llamé a cinco empresas de derribos y ninguna quería arrancarlos del salón. Al final, el cerrajero consiguió quitarlos a golpe de martillo sin electrificar.
-¿El cerrajero?
-Vino a poner una cerradura más en la puerta. Un piso en el centro de una ciudad no puede tener una única cerradura.
-Los obeliscos de mármol los había comprado mi abuelo en Nueva York.
-Eran feísimos. Ahora están reciclados en adoquines.
-Si lo sabe mi madre, muere.
-Pues no se lo digas.

Lo que más me fastidia de mi chico es lo enfaldado que está. Sólo piensa en su mamá, y no hay manera de destetarlo.

Wednesday, July 18, 2007

El supermercado de don José, 5

Don José supervisa todos los supermercados de la cadena. Cuando no está, hay mejor ambiente en el súper, sobre todo si Dianita anda a lo suyo, es decir, a comer y vomitar.

-No puedo evitar probar todo lo nuevo -nos confiesa-. Ésto lo pago luego.
-Por mí como si no lo pagas.

Me mira horrorizada. Que duden de su honradez nata, la ofende.

Carlos quiere que me haga con las copias de seguridad de la contabilidad.

-Don José tiene que tener los discos guardados en su despacho.
-Seguro que la contabilidad B la lleva a mano.
-Tú busca los discos, Sophia.
-¿Y si está en el disco duro del ordenador?
-La pasas a un CD y me la traes.

No puedo entrar en el despacho del jefe: está cerrado con llave.

-Qué buscas ahí? -pregunta Dianita.
-Billetes de cinco euros.
-Yo te doy.

Dianita saca un fajo de billetes variados y me da unos cuantos. Los cuento y le doy un billete de cincuenta. Tengo billetes de cinco euros para el resto del día.

Estoy contando los céntimos que se empeña en entregarme una señora cuando suena mi móvil. Dianita salta de su caja, introduce su mano en el bolsillo de mi uniforme y contesta la llamada. Me vienen ganas de matarla. Si me contengo es porque hay testigos.

-¿Sophia?... Sí... ¿Con quién hablo?...

Tiro en el cajón los centimitos y le arrancó el móvil. Es Mara. Anulo la llamada y continuo cobrando.

-Creo que era tu madre.
-Crees mal.

Dianita le dice a sus clientes que se vengan por mi caja. Pretende interrogarme delante del grupo más numeroso de cotillas que vi en mi vida.

-Los hijos son unos maleducados. Mira que colgarle el teléfono a una madre...
-Primero es el trabajo.
-Esta es mi vecina del quinto.

Me van a volver loca. Recurro al método de escape habitual.

-Voy al baño, Diana.
-Tienes que acabar de cobrar.
-No aguanto tanto.

En la trastienda, un reponedor coloca la mercancía recién llegada.

-¿Son esos los albaranes?
-Se los dejo aquí a don José.
-Hoy no está.

El reponedor se encoje de hombros. Deja los albaranes sobre un pale y se va con el repartidor de leche de Feiraco.

¿Habrá una caja fuerte en la trastienda? Le doy una patada a la pared y suena a ladrillo. El zócalo golpeado suena a madera. ¿Y detrás del calendario? Lo aparto y encuentro la caja fuerte. Silbo. Allí debe estar la contabilidad B guardada.

Tuesday, July 17, 2007

El supermercado de don José, 4

Carlos lee mis informes como si fueran la Biblia, pero le disgustan las fotos.

-Esto es un delito, Sophia. Incumples el derecho constitucional a la propia imagen.
-Si les pido una foto, me la niegan, amor.
-Lógico. ¿Cómo se van a dejar fotografiar tomando un desayuno digno de un inglés?
-Pierden dos horas cebándose con pinchos variados. Don José cuando no me riñe, come, y Dianita pasa horas y minutos contemplándose en un espejo que hay en la trastienda: se cree muy guapa.
-¿Y este dvd?
-Ah... es el vídeo que grabé. Nada importante, amor. Sólo una pataleta de una vieja porque Dianita había marcado tres veces una caja de galletas María.
-¿Quién es Dianita?
-Un bicho odioso.

Le conté a Carlos las hazañas de la cajera favorita del encargado del supermercado.

-Todos la temen, amor. Si no le gusta un compañero, hace lo imposible para echarlo. Me contaron que a una compañera la acusó de robar chocolatinas, y a un reponedor lo acusó de mangar frascos de colonia barata. Don José los despidió.

Carlos no me escucha. Ha encendido el portátil y teclea números. Sólo le interesan los resultados.

-Tienes que preocuparte por el ambiente de trabajo de las empresas que financias.
-Creo que me preocupo.
-Obligalos a despedir a Dianita.
-¿Por qué? ¿Por que te cae mal?
-Porque es una mala persona, amor.

Carlos se ríe. Yo no encuentro la gracia, sólo he encontrado una mala persona con cabeza de rizos y cara de niña mimada. La odio.

Thursday, July 12, 2007

El supermercado de don José, 3

En el supermercado me recibió el encargado. Era un hombre con gafas de intelectual y cara de antiguo patrón.

-Así que tú eres la que envían de la Central

Recordé que la Central era el superalmacén desde donde repartían la mercancía a todos los establecimientos.

-Me encantaría empezar hoy mismo a trabajar, José.
-Señor José, señorita Sophia.
-Señora Sophia, señor José.

El hombre abrió los ojos como platos, examinó mi mano derecha y, al no descubrir una alianza de esposa, repitió "señorita Sophia" con una sonrisita machista.

Mañana vengo casada, me dije. Si era cosa de anillos, yo estaba dispuesta a anillarme hasta los dedos de los pies.

No me dejaron cobrar. El buen hombre me puso de estatua viviente al lado de la primera cajera.

-Hoy miras, mañana cobrarás tú de diez a doce de la mañana para ver como lo haces.
-¿Qué haré en el resto de las horas?
-Tienes media jornada sólo.

Mejor. Necesito tiempo para mí. Estoy poniendo la casa de la familia de Carlos a mi gusto. Ya llevé todas las sábanas blancas a Cáritas.

-¿Son de un muerto? -preguntó la mujer que recogía donativos.
-Son de un difunto, señora, pero están limpias.

La rubia cincuentona dijo que las pusiera en una esquina de la estancia.

-Puede tocarlas, señora.

No las tocó ni me dio las gracias.

No vuelvo a llevar nada más a Cáritas. Los libros los repartiré por los parques de La Coruña para que sean recogidos por los entusiastas lectores de los clásicos.

En la cola se montó una tángana por un "yo estoy primero". ¡Qué prisas para pagar! Don José salió de su despacho-oficina y puso orden. Primero iban los carros más llenos y después los más vacíos.

-¡Abran otra caja! -chilló una anciana de carro vacío.

El jefe me mandó a la trastienda a buscar a otra cajera.

-Sólo puedes tomar un café.
-Venía a decirte que te tienes que poner en la caja; lo dice don José.
-Mentira. Lo dices tú.

Aquella quería guerra. La dejé con sus batallas y regresé a mi puesto de estatua viviente.

Thursday, July 05, 2007

El supermercado de don José, 2



Llegamos a La Coruña de noche. Carlos maldijo a todos los aviadores por desviar nuestro avión al aeropuerto de Santiago.

-Amor, no te pongas así. Estamos aquí sanos y salvos.
-Sí, con un coche alquilado, una hora de autopista y un retraso de cuatro horas más.

Cuando entramos en el piso de la familia de Carlos, lancé un grito de horror. Yo no podía vivir rodeada por tantas fotografías y libros.

-Me niego a vivir aquí.
-Hice un hueco para ti, Sophia.

El hueco resulto ser un tercio de vivienda libre de fotos familiares, pero no de libros.

-En esta casa guardamos los cinco mil libros de mi abuelo -se excusó.
-¿Cinco mil? Deben ser cincuenta mil por lo menos. No hay un trozo de pared libre de estanterías.
-En tu dormitorio no hay libros.
-Este sillón de orejas no lo resisto. Sacalo de mi habitación.
-Lo compró mi abuelo en Londres.
-Como si lo compró en la Conchinchina.

Empujé el horroroso sillón fuera de la habitación. Chirriaba sobre el parquet como un animal hacia el matadero.

-¿No puedes ayudarme?
-Era el sillón favorito de mi abuelo antes de morir.
-Ahora debe ser el favorito de su fantasma a juzgar por lo que pesa el condenado trasto.

Eran las dos de la mañana y aún no nos habíamos acostado.

-¿Por qué no quieres las sábanas, Sophia?
-Porque son blancas, amor. Yo necesito sábanas de colores para poder dormir. Ayúdame a hacer la cama.
-Mañana la hace la asistenta.

Es imposible educar a un hombre cuando la madre no educó al niño. Hice la cama si ayudas con las sábanas que siempre llevo en mi maleta. Cuando acabé, Carlos dormía en el salón tumbado en el suelo entre dos obeliscos de mármol.

Monday, July 02, 2007

El supermercado de don José, 1

-Eres una niña, Sophia. Te despides de dos trabajos antes de encontrar otro.

Miré a Carlos como si fuera un extraterrestre o si yo fuera la extraterrestre que miraba la humanidad sin entenderla.

-¿De qué vas a vivir?
-Tengo ahorros.
-¿Hasta cuando te durarán?

Iba a decirle "hasta que nos casemos", pero calle. Carlos no quiere casarse. Su meta es ser tan rico y famoso como los empresarios de la lista Forbes.

-Necesito una persona de total confianza para trabajar en una empresa que estamos financiando. Te cuento de que va la cosa.

Me senté en el sillón recién tapizado. ¿Cuántos años tardará Carlos en ser rico y famoso? Cuando lo sea, en vez de tapizar los sillones viejos, los tirará y comprará nuevos muebles para la sala de estar.

-¿Me escuchas, Sophia?
-Sí, amor.
-¿Qué decía?
-Pensaba si tirarás los muebles viejos cuando seas rico y famoso.
-¡No me jodas!
-Si quieres...

Carlos se acercó a un escritorio más antiguo que Matusalén, sacó de un cajón un informe y me lo tendió.

-Uno de nuestros clientes está falseando las cuentas. Es imposible que no obtenga beneficios.
-¿Y tú quieres que yo te haga de espía en esta empresa? -pregunté.
-Exactamente.

Sería interesante, pensé. Se trataba de una cadena de supermercados de ámbito general. La cuenta de resultados arrojaba una ligera perdida. Nada importante, pero siempre preocupante para un inversor.

-Podrías ser cajera.
-¿Tendría que reponer?
-No entiendo.
-Las cajeras, en los supermercados pequeños, colocan los productos en las góndolas.
-No lo sabía.
-Diles que yo sólo cobro, amor. No tengo fuerza para mover grandes pesos.

Carlos dijo que a él sólo le interesaba que controlara la facturación.

El dueño de los supermercados quería declararse en suspensión de pagos y él necesita asegurar la inversión de su empresa.

Prueba primero, paga después