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Tuesday, September 29, 2020

Mis vacaciones en un colegio rural

Valdeoma en Carabias, Guadalajara, es una casa rural que parece un colegio por fuera. Nosotros pensamos que nos habíamos equivocado cuando llegamos. Hubiera sido tremendo. Ya era noche.

El edificio no te deja indiferente. Te paras a mirarlo y ves que ha sido construido con una variedad de materiales procedentes del reciclaje. Eso está bien. Sus dueños pensaron en el medio ambiente cuando levantaron el edificio. Mi marido decía que las tejas del tejado se veían demasiado viejas. Las tejas enseguida se ven viejas. Le hubiera quedado más bonito un tejado de pizarra.

A nosotros nos vino muy bien su ubicación. Íbamos a hacer con unos amigos una ruta de senderismo por la Alcarria. El hotel está en los límites septentrionales de la Alcarria que hizo famosa Camilo José Cela con sus novelas. Cerca te queda Sigüenza.

Nos dieron una habitación con vistas al monte. Mis hijas tuvieron más suerte: su habitación tenía unas vistas preciosas al valle. Hay muchas diferencias entre las habitaciones. Mi marido estuvo tacaño. Si hubiera abierto un poco más la cartera nos hacíamos con la habitación que tiene jardín privado. La cogieron nuestros amigos. Yo también quería un jardín privado, pero ya era imposible cambiar. Me ofrecieron una habitación que tenía un altillo. Decidí quedar con lo que tenía. La próxima vez me pido la del jardín privado quiera mi marido o no quiera.

Os recomiendo Valdeoma, una casa rural que merece la pena por la habitación del jardín privado. Espero regresar para disfrutarla. Nuestros amigos nos invitaron a tomar unos refrescos en el jardín. Era estupendo. Tenía unas vistas preciosas de las salinas de La Olmeda. Casi sentí envidia.

Poco tiempo nos quedó libre tras hacer senderismo por la zona. Descubrimos las salinas de Imón. Hay muchas salinas por la zona. Pero lo mejor fue ir a Sigüenza. El Museo del Arte Antiguo hizo las delicias de mi niña grande. Le encantan el arte. Tuvimos que pasar casi una tarde recorriendo las salas para que quedara contenta.
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Mis vacaciones felices en Marruecos

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El Hotel Mon Rève en Casablanca deja mucho que desear. Todavía recuerdo la falta de higiene que había en sus cuartos de baño. El cuarto de baño de nuestra habitación tuvimos que limpiarlo nosotros. Parecía que la fregona no había pasado por el suelo desde la inauguración del hotel.

La habitación estaba más limpia que el cuarto de baño. También la limpiamos. Yo llamé a recepción y pedí ropa nueva para la cama. No me importó pagar un extra. No podía dormir en unas sábanas viejas y con remiendos. En Marruecos si pagas extras en los hoteles sin que te los pidan, aparece todo lo que solicitas.

Este hotel está en la rue Colbert. Es uno de los varios alojamientos baratos que hay en esta calle de Casablanca. Su mayor ventaja es el tamaño de sus habitaciones. Son habitaciones grandes.

No debes perderte su escalera de mármol. Aunque no te alojes en el Hotel Mon Rève, debes entrar a verla. Es una escalera de mármol pintada que agrede el buen gusto. Nunca había visto el mármol pintado. El que tuvo la idea merecía el premio a la originalidad cutre.

No os recomiendo el Hotel Mon Rève ni os lo dejo de recomendar. Es de lo mejor que hay en la rue Colbert, una calle conocida en Casablanca por sus hoteles baratos. Os lo aseguro. Yo estuve hace años en el Auberge de Jeunesse y no quiero repetir la experiencia de despertar rodeada de mosquitos. Por lo menos en el Hotel Mon Réve no hay plagas de insectos voladores. Cucarachas tampoco encontramos. No podía haber después de la limpieza a fondo con un desinfectante que hicimos mi marido y yo.

En cuanto a comidas, en el hotel sólo desayunamos. No estaba mal el desayuno. Sirvieron unas pastas de mantequilla con las infusiones y el café que te chupabas los dedos. En Marruecos los dulces son riquísimos. Para comer y cenar nos fuimos al Rotisserie Centrale, en la misma rue Colbert. Tienen un pollo asado en un espetón con aceitunas muy bueno.
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El Restaurant L´Almirante de Agadir en Marruecos está en la rue des Oranges. Volvería mañana. Quedé encantada con el trato recibido. Mi marido dice que no fue para tanto. ¡Vaya si lo fue! Aquellos camareros sonrientes te ponían la alegría en el cuerpo.

No es un restaurante caro. Tiene unos precios muy razonables. De ahí que suela estar hasta los topes. Los turistas que no viajan sobrados de dinero lo frecuentan. También van personas locales, sobre todo los marroquíes que gustan de comer pescado. El Restaurant L´Almirante es un restaurante especializado en pescados.

Yo tuve que repetir plato con las almejas especiadas al pilpil. Será de mala educación repetir, pero no pude evitarlo. Después de dos platos de almejas especiadas al pilpil, me metí entre pecho y espada una escalopa empanada. Mi marido se animó con el menú de specialités Marocaines.

Se come bien en este restaurante que os recomiendo. Para mí el Restaurant L´Almirante es uno de los mejores restaurantes de Agadir, una ciudad que es una invención de Marruecos para el turismo. No es una ciudad muy marroquí en sus costumbres ni es muy europea. Es la ciudad, como dice mi marido, donde los turistas no nos sentimos tan agobiados por los falsos guías y los vendedores de todo. En el Restaurant L´Almirante puede comer tranquila. No dejan entrar a los vendedores ambulantes a importunarte.

El restaurante no está en un local lujoso. Prima la sencillez. Pero ni te fijas. Tiene un personal tan agradable que consigue que te sientas como en tu casa. Deberían tomar nota algunos camareros españoles. El personal de este restaurante marroquí no sobra mucho y trabaja como si le pagaran unos sueldazos. Siempre los ves contentos. Nosotros fuimos tres o cuatro veces. La primera vez fue con unos amigos.

Es un restaurante fácil de localizar. Está cerca de la playa, en una calle lateral al bulevar Hassan II. La rue des Oranges hace honor a su nombre con unos naranjos que dan su fruto cuando toca.
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Monday, September 28, 2020

Mis vacaciones en un castillo

El Landa Palace en Burgos es un hotel cinco estrellas en un Castillo. Cuando llegamos, fue como regresar a la Edad Media sabiendo que dentro de aquel edificio majestuoso nos esperaban todas las comodidades de hoy en día. Yo no me hubiera marchado si mi marido hubiese seguido pagando tanto lujo. Me habría quedado a vivir en Burgos.

La parte más antigua del castillo es la torre. Data del siglo XIV. Es una torre que trasladaron piedra a piedra desde su ubicación originaria en un pueblo vecino. Dentro del edificio ves mucha piedra y muchas bóvedas. A nosotros nos dieron la suite principal. Falta nos había. El espacio siempre es un problema en nuestro matrimonio. Si no estamos sobrados de espacio, vienen las discusiones. En la suite estuvimos en nuestra salsa. Las puertas eran de nogal, madera maciza. Nunca me había sentido más segura en un hotel. La cama, con un cabecero de bronce, me hizo pensar en el pasado.

Pero lo mejor estaba fuera, siendo el interior encantador. Había una colección de carruajes en el exterior que invitaba a subir a una carroza, que te engancharan unos caballos y tirar por la autovía hasta Madrid. Mi marido sacó muchas fotos.

Mis hijas, en cambio, se sintieron más atraídas por la fabulosa piscina. Estaba parcialmente cubierta por una bóveda gótica acristalada, con forjados modernistas. Espero regresar al Landa Palace para ver a mis hijas nadando felices en aquellas aguas limpísimas. Falta hacía una buena piscina para refrescarse. Estuvimos en el Palace unos días de altas temperaturas.

Os lo recomiendo. El Landa Palace queda cerca de la catedral gótica de Burgos. Puedes ir andando. Nosotros poco salimos. Sólo hicimos una caminata hasta la estatua del Cid y fuimos en coche hasta el Parque Natural El Parral. El parque queda a unos cuatro kilómetros de este fantástico hotel de cinco estrellas que merece sus cinco estrellas, incluso una más. Lo tienen muy bien cuidado. El jardín, por ejemplo, es como me gustan a mí los jardines: con un césped verde cortadito y los árboles justos.

Saturday, September 19, 2020

Mis vacaciones en un bosque atlántico

El senderismo es el deporte más sano que puedes practicar en estos tiempos de coronavirus. La última ruta que hicimos en plena Naturaleza gallega fue la de las Fragas do Eume. Casi tuve miedo. No se veía un alma por los caminos de tierra que recorren bosques envueltos en nieblas aún en verano. Son tierras, las del Eume, con cañones, gran variedad de árboles y plantas y una historia medieval más rica que la historia presente.

Con razón dicen que las Fragas do Eume son el bosque mejor conservado de Europa. El abrupto valle de profundas gargantas impresiona. En el año 1997 lo declararon Parque Natural. Es el segundo mayor de los parque naturales de Galicia tras el Xurés en Ourense. Tiene el Parque Natural de las Fragas do Eume 30.000 hectáreas.

Nosotros lo debimos recorrer entero. No andando, por supuesto. Mi marido alquiló un coche todoterreno para que servidora no pudiera protestar. Hacíamos tramos a pie y otros tramos en coche. Mi suegra también vino con nosotros. Ya conocía la zona. Por eso se llevó ropa de abrigo. Hace falta poner una chaqueta cuando te acercas al río Eume y a su gran cañón envuelto en brumas. Sólo se escuchaba el silencio y los sonidos de la pajarería que habita los bosques.

Ves plantas muy antiguas. Por ejemplo, los helechos que vienen creciendo en estas tierras desde el período geológico Terciario a la sombra de imponentes robles, castaños, abedules y alisos.

Aves hay muchísimas. Miras para arriba y parece que estás en el mundo particular de las especies voladoras. Mi marido estaba más interesado en los peces. Llevó la caña de pescar cual Adán primitivo. Consiguió que algunas truchas picaran su anzuelo. También picó el anzuelo de mi santo un pez raro. Mi suegra dijo que era un reo. Lo devolvimos al río para que le hicieran sus compañeros de aguas un entierro. Yo no como lo que no conozco.

En una charca había un grupo de ranas sonrientes. En las Fragas del Eume todos los animalitos parecen felices. Están en su salsa. Menos gracias me hicieron los reptiles. Se ven muchos cruzando los caminos sin asfaltar y alguno que hay asfaltado. Mi marido sacó fotos a las salamandras rabilargas. Son unos reptiles difíciles de encontrar en otros sitios. Mi hija mayor quería buscar más bichos reptilianos. Estaba convencida de que por allí estuvieran los dinosaurios. No encontramos ninguno. Es cierto que se han extinguido.

En el pasado debió haber vivido mucha gente por allí. Encontramos bastantes restos prehistóricos y monumentos de la Edad Media. Los Monasterios de Caaveiro y Monfero nos recordaron la dura vida monacal. ¿Qué harían las monjas encerradas entre aquellas paredes? Rezar y aburrirse.

Encontramos los primeros turistas que se cruzaron en nuestro camino en le monasterio de Caaveiro. Eran unos franceses. Nos miraron con caras de pocos amigos. Debieron haber pensado que nadie se acercaba hasta el corazón de las Fragas del Eume. Los franceses estaban haciendo la ruta de los miradores. Mi marido quiso seguir su ejemplo. Aceptamos el reto el resto de la familia y recorrimos los cinco miradores que hay en el Parque Nacional de las Fragas del Eume: Teixido. Monte Pendella, Caaveiro, Pena Cavada y Mirador da arboeira.

Os recomiendo visitar el Parque Nacional de las Fragas del Eume. Está muy bien. Es un mundo aparte. Si quieres información, te acercas al Centro de interpretación de Caaveiro y te lo cuentan todo con textos detallados y fotografías. Lo mismo hacen en el Centro de Interpretación de Monfero y en el Centro de Interpretación de A Capela. En A Capela tienen un Museo Etnográfico interesante.

Nosotros pasamos de centros de interpretación. Mi suegra propuso interpretar nosotros las Fragas del Eume. Fuimos a nuestro aire, sin explicaciones teóricas ni recomendaciones que, tal vez, nos hubieran hecho falta. Yo reconozco que pasé miedo. La madre de mi marido se está convirtiendo en una señora muy audaz. Se metía en el río como una exploradora. Temí que la llevara la corriente. Afortunadamente, la tenemos aún con nosotros. Nuestra vida sería muy aburrida sin ella.
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Friday, September 18, 2020

Mis vacaciones en el mayor desierto del mundo



El mayor desierto del mundo, el Sáhara, impresiona más cuando estás allí que cuando lo ves en la televisión en algún documental. Hay zonas en las que manda el Frente Polisario. Otras zonas de lo que era el Sáhara español fueron ocupadas por Marruecos.

Nosotros fuimos primero a ver la zona del Frente Polisario. Mis cuñados tuvieron en casa acogida durante unos cuantos veranos una niña refugiada. Nos contó la cría mil calamidades. Por eso queríamos ver todo aquello.

Aparte de las vacaciones humanitarias, intentamos divertirnos. La vida tomada demasiado en serio no es vida. Lo que sí te debes tomar en serio es la protección solar. Como no lleves suficiente crema protectora para los labios y una buena crema solar regresas a casa más quemada que las empanadillas que hace mi hermana. También debes llevar una mascarilla para la zona de dunas. A mí me fue de gran utilidad. Gracias a la mascarilla podía respirar. No olvides tampoco llevar un montón de botellas de aguas. Hay que beber mucho para no deshidratarse. Mi marido llegó a beber diez litros de agua al día. Yo bebí como mucho unos cinco litros. Un milagro. En casa no bebo ni un litro de líquido.

En el Sáhara bebes y no comes. Cuanta más calor tienes menos hambre tienes. Hablando de tener, tuve más miedo que en ningún otro sitio. Mi marido me convenció para hacer un viaje en coche por el desierto. Casi nos perdemos. Una duna de arena tapó la carretera por la que teníamos que regresar y no encontrábamos camino de regreso. No quedamos perdidos para siempre jamás porque fue un trayecto corto. Apenas nos habíamos distanciado de las rutas más frecuentadas.

Después de esta experiencia para contar a nuestras hijas y amigos, fuimos más prudentes. Nos dedicamos a hacer turismo con cabeza, yendo por las carreteras principales. No hace falta alejarse de las carreteras señalizadas para ver pequeñas aldeas en las que la gente está cada día más acostumbrada a ver turistas occidentales.

Os recomiendo visitar el Sáhara. Debes ir mentalizada para ver mucha pobreza. Las gentes que lo habitan no tienen nada. Hubo chavales que se ofrecieron a enseñarnos árabe a cambio de dinero. Da pena que no hagan nada de artesanía. También da pena que no cultiven un huerto para tener alimentos propios. Por allí no ves nada de agricultura ni de industria.

Esperamos volver. La próxima vez nos quedaremos algunos días en El Aaiún, la capital del Sáhara Occidental. También iremos por la costa. En este primer viaje nos centramos en el interior desértico, en la parte menos interesante de cara a pasarlo bien.

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Mis vacaciones en una cárcel de mujeres

La Hospedería Fuentenueva en Baeza, Jaén, tiene un pasado que casi me hizo salir huyendo cuando lo conocí. Mi marido sabía que había sido una cárcel de mujeres cuando hizo la reserva, pero no me lo comentó hasta que estábamos instalados en la habitación. Estaba quedándome dormida en una cama comodísima y me quitó el sueño diciéndome que estábamos en la cárcel.

Afortunadamente, entre la cárcel de mujeres y el hotelito rural con encanto que es hoy en día, este edificio lleno de historia fue la vivienda de un juez. Los fantasmas de las mujeres encarceladas no deben andar por allí. Ya se encargó la familia del juez de quitarle a las distintas estancias el mal rollo carcelario.

La fachada del edificio no tiene nada que ver con su interior. Cuando llegas ves una fachada castrense que recuerda las fachadas de los cuarteles bien del ejército. Una vez dentro, descubres un interior neomorisco decorado con sobriedad. Los cuadros sobre taburetes de pintor le dan un aire bohemio chic. Las escuálidas plantas en salones y pasillos meten un toque de naturaleza dentro de los muros serios. No faltan arcos perfectamente integrados en tabiques que muchas veces prescinden de puertas en las estancias comunes.

Mis hijas disfrutaron mucho las exposiciones de pintura y artesanía que albergaban los salones. La pequeña sale a su abuela paterna: se interesa mucho por las artesanías. La mayor es más como yo: ve una pintura y queda mirándola embelesada aunque su autor sea un desconocido.

No faltaba una fuente en un rinconcito trasero, bajo una cúpula morisca. Mi marido decía que el ruido del agua de la fuentecilla daba tranquilidad. A mí me ponía de los nervios. No soporto el ruido del agua. Menos mal que nuestras habitaciones estaban alejadas de la fuente morisca.

Nos dieron unas habitaciones amplias, pero con unas vistas a un horrible patio trasero. Con motivo estaban los estores bajados. Abrí las ventanas y volví a cerrarlas y a taparlas. Ver el patio trasero deprimía. Sobre el escritorio nos dejaron un ramito de flores. Mi santo tarareó la canción del ramito de violetas de Cecilia nada más verlo. Quité el ramito. No me gustan las flores en la habitación. Mis hijas también quedaron decepcionadas con su cuarto, idéntico al nuestro. Sólo se diferenciaba en que en el suyo había dos camas gemelas. Fueron las camas el motivo de sus quejas: decían que eran muy estrechas. Nuestra cama de matrimonio tampoco era lo que se dice de matrimonio de verdad, pero el colchón blando me ayudó a conciliar el sueño y a no acordarme de mi cama en casa.

Por las mañanas moríamos de calor. Tenía que abrir las ventanas de par en par para no desfallecer. Les pedí un ventilador. Me trajeron uno que era como un vendaval. Ni tanto ni tan poco. Acabamos poniendo el ventilador en el cuarto de baño y desde allí daba aire para la habitación.

Pese a alguna desventaja, os recomiendo la Hospedería Fuentenueva. Puedes ir andando hasta las Puertas de Jaén y Úbeda. Nosotros fuimos a pie a ver los restos de la muralla de Arco de Villalar, seguimos caminando hasta el Palacio de Jabalquinto y de los Salcedos. Es un edificio gótico precioso. En esta zona de Baeza hay muchos edificios renacentistas. El último día de nuestra estancia nos acercamos en coche a Úbeda. Falta nos hacía el coche porque está a ocho kilómetros de la hospedería.
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Friday, September 11, 2020

Mis vacaciones con las avispas velutinas

La Hostería de Quijas en Cantabria tiene un jardín sobrado de flores. Era imposible sentarse en el jardín a leer porque te asaltaban las avispas. Nosotros estuvimos allí dos días. Veníamos de Oviedo y nos apetecía parar con la caravana. O, mejor dicho, yo estaba muy cansada de tanta caravana y le propuse a mi santo que dejara la caravana donde pudiera porque servidora necesitaba una cama cómoda y un cuarto de baño decente. Lo mismo opinaron mis hijas. La Hostería de Quijas fue lo que encontramos a tiro en la antigua carretera de Oviedo a Santander.

Es una casona bien restaurada. Se nota que sus dueños gastaron dinero en remodelar una casa con más de doscientos años sobre sus piedras. Lo que más me gustó de sus estancias comunes fue la biblioteca. Se respiraba el silencio entre más libros viejos que recientes. Había un oratorio que llamó mucho la atención a mis hijas. En mi casa nadie reza.

El jardín es enorme. Nos dijeron que había unos cuatro mil metros cuadrados de jardín. Rodea toda la casa con hortensias, enredaderas y un magnolio al que se le ha perdido la cuenta de los años que tiene. Mi marido decía que tenía varios siglos. No creo que fuera para tanto.

Antiguo también es el mobiliario de la casa. En nuestras habitaciones había camas de anticuario y unos sillones dignos de venderse en el Rastrillo de Madrid. La Hostería de Quijas tiene una decoración muy rústica. No olvidas que estás en un alojamiento rural.

Como el jardín tenía un montón de avispas salimos bastante los dos días que estuvimos por allí. Nos fuimos andando hasta el Palacio de los Bustamante y también llevamos a las niñas a ver la entrada de las Cuevas de La Clotilde. Las Cuevas de Altamira quedan a sólo seis kilómetros. En esta ocasión no nos acercamos hasta las famosas cuevas. Ya las tenemos muy vistas. A donde sí fuimos fue a la playa. Pasamos una tarde enterita en la Playa de Cobreces. Poca gente había.

Os recomiendo la Hostería de Quijas. Es una casa rural tranquila, próxima a las Cuevas de Altamira, sobre todo si tienes vehículo para no tener que andar los seis kilómetros que hay de distancia. Te tratan muy bien en esta vieja casona con una piscina ideal, si el tiempo permite darse un chapuzón.

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Sunday, September 06, 2020

Mis vacaciones con mi suegra

Portugal es un país que me encanta. Estos días estuvimos en Ribatejo, una región en la desembocadura del río que viene de Cuenca. Llevamos a mi suegra con nosotros y con las niñas. Mi suegra no quería venir porque había conocido en su juventud un Ribatejo que nada tiene que ver con el Ribatejo actual. Nos fue contando en el coche que Ribatejo era una región muy pobre. Eso sería en el pasado, en los años en que mi suegra vivió por allí con sus padres. Hoy en día Ribatejo es una zona de Portugal próspera.

Nuestra primera parada fue Tomar, una vieja ciudad con un convento donde fuimos a ver la mayor joya del arte manuelino según los libros de Arte: la ventana del claustro de Santa Bárbara. Será una joya, pero no me gustó mucho. En la piedra habían esculpido sogas, algas, troncos..., en una maraña que se alejaba de la sencillez arquitectónica.

No necesité ver más en Tomar. Seguimos nuestro camino y llegamos a Santárem, la ciudad que consideran el mirador de Ribatejo. También es su capital. Fue la ciudad donde vivió mi suegra en su adolescencia.

En Santárem paramos tres días. Teníamos una reserva en un hotel. Así tuvimos tiempo para que la madre de mi esposo nos hiciera de guía por la ciudad. Empezamos nuestro recorrido turístico en el Jardim das Portas do Sol, la alcazaba del antiguo castillo que Don Alfonso Henríquez, primer rey de Portugal. En este mirador natural se encuentra el Centro de Interpretación UrbiSacallabis. Las vistas son espectaculares. Había muchos turistas sacando fotos. Mi marido se sumó al grupo. Le pedí que se apartara un poco por eso del coronavirus. Hay que mantener el distanciamiento social.

Seguimos nuestro recorrido a pie en dirección al centro histórico. Nos encontraremos la Torre del Reloj, del siglo XIV, actualmente Núcleo Museológico del Tiempo. También se le llama Torre de las Calabazas, en honor a los objetos que se encuentran en la parte superior y que servían para propagar el sonido de las campanas que daban las horas. Los arquitectos son como los cocineros: inventan trucos para perfeccionar el producto resultante. Muy cerca queda la románica Iglesia de San Juan de Alporão, transformada en Núcleo Museológico de Arte y Arqueología, con una cabecera construida en estilo gótico. Le quedaba bonita.

No fue lo único que vimos de arte gótico. La inspiración manuelina de la Iglesia de Nuestra Señora de Marvila, con un revestimiento de azulejos del siglo XVII empezó con un estilo gótico que aún conserva. En la Iglesia de Nuestra Señora de la Gracia, tenemos el gótico flamígero. Mi marido nos fue explicando todo el arte que veíamos. Las niñas disfrutaron con sus explicaciones de improvisado maestro más que yo. Enseguida me aburren sus clases sobre la marcha. Entramos en la Iglesia de Nuestra Señora de Gracia porque mi suegra quería ver la tumba de Pedro Álvares Cabral, el descubridor de Brasil. Allí se paró a rezar. Siempre reza por los muertos famosos. Ella es así. Al lado de esta iglesia está la Casa de Brasil, que perteneció a la familia del señor de la tumba. Tuvieron muy buen gusto a la hora de enterrarlo.

Todavía no habíamos acabado de ver iglesias. Mi suegra nos llevó hasta la Iglesia de Santa Clara. También gótica. Pero por lo menos tenía unas paredes de gótico más austero que me relajó la cabeza. No me gustan nada las fachadas recargadas. Yo ya no podía con mis pies. Tuve que para el hotel a descansar. Mi suegra siguió su recorrido de turismo religioso con su hijo y sus nietas. Los llevó a ver la Iglesia del Santísimo Milagro del siglo XVI. Un milagro fue que yo no le pidiera el divorcio a su hijo. Lo que iban a ser unas vacaciones de fin de semana cultural su madre me las había convertido en unas vacaciones de fin de semana religioso.

El siguiente día de nuestra estancia en la capital de Ribatejo deambulamos por las calles sin rumbo fijo. Pudimos admirar edificios de origen renacentista muy bonitos, por lo menos por fuera. Cuando llegamos a la Praça Sá da Bandeira mi suegra descubrió otras dos iglesias: la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, actual sede catedralicia de Santarém, y la Iglesia de Nuestra Señora de la Piedad. Le dio otro ataque de misticismo. Hubo que dejarla entrar. Cuando acabó con sus rezos nos llevó hasta el Convento de San Francisco, del siglo XIII. Es un convento que reconstruyeron varias veces.

Os recomiendo visitar Ribaltejo, pero sin hacer turismo de iglesias. Yo espero volver pronto para hacer turismo gastronómico. Se come bien por allí. En los bares y restaurantes preparan de forma deliciosa el pescado del río Tajo. Me gustaron hasta las anguilas que te preparan fritas o guisadas. Las sopas de sábalo están que te chupas los dedos. ¿Y qué decir de la lamprea? Mis hijas no querían comer otra cosa.

No sólo hay pescado. También hay cocido de carne, sobre todo en la zona de las campiñas de Ribatejo. Pero a mí la carne se me hace pesada para mi delicado estómago. Soy más de sopa da pedra o de mijas. Las mijas ribatejanas mezclan pan y verdura. Son ideales para los vegetarianos.

Mi marido quedó muy contento con los vinos. Si lo dejo hubiera hecho una ruta del vino. Aún así aprovechó para comprar botellas de Almeirim, Cartaxo, Santarém, Chamusca y Coruche, es decir, de los principales caldos de la zona.
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Saturday, September 05, 2020

Mis vacaciones de molinera

El Pazo Galea en Alfoz, Lugo, es un pazo que parece más antiguo de lo que es. Cuando estuvimos pasando unos días en este alojamiento rural nos comentaron sus dueños que era del siglo XIX. Si me hubieran dicho que era de la Edad Media lo hubiera creído. Su fachada es sinónimo de antigüedad.

Lo que no me gustó nada fue el agua salvaje del molino. Lo mantienen tal cual. Mete miedo ver el agua salir por debajo de la casa y filtrarse por las paredes del cauce del río.

El Pazo de Galea fue en el pasado una gavera, hoy en desuso. Está en el Val do Ouro, rodeado de naturaleza. Mi marido se empeñó en ir a ver cómo el agua corre en total libertad entre pinos, manzanos y campos de helechos. El agua se hace con las acequias y azudes y va dejando una sinfonía al pasar que me ponía de los nervios. No me gusta el agua desatada.

Las habitaciones están en una torre paceña, lo mejor del pazo. No me importó tener justo al lado la capilla. Dormí como una bendita. Aquello todo era silencio. Estaba tan a gusto que hasta me olvidé del molino que había fuera. Los molinos de agua nunca me gustaron.

Nuestra habitación era modesta. Esperaba algo mejor. También esperaba un estilo más rural. Se ve que los responsables del pazo optaron por no gastar mucho en su decoración. Lo que no estaba mal era la vieja lareira. Se estaba calentita sentada a su lado. Mi marido aceptó una copa de aguardiente caliente. No le sentó muy bien. El aguardiente no es para todos.

Os recomiendo el Pazo Galea para pasar unos días tranquilos. Poca gente va por allí. Nosotros nos perdimos varias veces antes de llegar. Tomamos la carretera de Villalba y no encontrábamos el desvío a Alfoz. Cuando lo encontramos habíamos estado en Mondoñedo y Viveiro. Peor fue liarnos con el desvío a Alfoz. Todo por culpa de Siri.

Una vez en el Pazo aprovechamos para hacer algo de senderismo por nuestra cuenta. Fuimos andando hasta Castro de Ouro, a la torre de homenaje de Pardo de Cela. El segundo día subimos al coche, recorrimos 22 kilómetros y llegamos a Sargadelos, una fábrica de cerámicas.
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Tuesday, September 01, 2020

Mis vacaciones exclusivas



Cala Sant Vicenç en Port de Pollença, Mallorca, es una casa rural que está al norte de la isla que apuesta por el turismo de calidad desde su sencillez. Pero son detalles como la botella de cava y la cesta de frutas que te dejan en la habitación como bienvenida los que te atrapan.

Yo me sentí una Reina en esta casita rural del norte de la isla de Mallorca. Mi marido decía que no era para tanto y tenía razón. El lujazo es el trato que te dan. Abrí la botella de cava nada más verla. Había que brindar por la felicidad. Mi santo no lo entendía, pero no le dijo no a una copita de cava. Mis hijas dieron buena cuenta de la cesta de frutas. Las fresas las devoraron literalmente. Yo eché mano a una manzana roja mientras mi santo se dedicaba a deshacer las maletas y colocar nuestras pertenecías.

Las maletas ya nos las habían subido. Otro detalle de su apuesta por el turismo de calidad. Nos las dejaron en un rinconcito para evitar tropiezos. Le dije que mi santo que tomara nota. Mi marido deja las maletas en mitad de las habitaciones. Así tropezamos.

Para relajarme encontré un salón trasero. Allí me fui con mis periódicos y revistas. Leer la prensa en la terraza del saloncito mirando la arboleda del exterior fue un lujo. Todo el hotel es un lujo sencillo. Yo apenas salí. Mi marido y las niñas fueron a disfrutar los alrededores, en concreto la cala. Yo preferí quedarme en el jardín tomando el sol después de asistir a la clase de paella a la que me había apuntado para hacer algo distinto. Los conciertos de piano, otra actividad que gustaba mucho, me tuvieron de espectadora. Relaja mucho escuchar la música de un piano de andar por casa.

Os recomiendo el hotel rural Cala Sant Vicenç y os recomiendo especialmente sus desayunos. Con un desayuno que comas ya no tienes hambre en todo el día. Yo me ponía de ensaimadas hasta las cejas. Me encantan las ensaimadas, sobre todo cuando son recién hechas. Las tostadas no me gustaron mucho porque les ponían unos chorros demasiado generosos de aceite de oliva. Será un aceite muy sano, pero a mí estómago no le sienta muy bien.

Volvería a la Cala Sant Vicenç mañana mismo. Estaba muy limpio todo. La piscina tenía el agua tan azul que parecía pintada. Las habitaciones también estaban como los chorros del oro. Nosotros nos arreglamos los cuatro en una habitación grande aprovechando que tenía una zona de sala amplia; fue donde durmieron las niñas.

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Mis vacaciones fenicias



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Lixus me decepcionó. Cuando mi marido me dijo que íbamos a ver las ruinas de Lixus durante nuestro último viaje a Marruecos, esperaba ver algo grandioso. Lixus fue el establecimiento romano más grande de Marruecos, después de Volubilis. Se decía que Lixus era la ciudad más grande del África occidental. Mi marido me ilusionó con la historia del explorador Hannón, un señor que en el siglo V a.C. tenía una especie de circo por allí montado, un circo en el que no faltaban enormes elefantes y las bestias más salvajes sin domesticar.

Cuando llegamos a Lixus no se veían elefantes. Ni un elefantito pequeño. Nada. Sólo había unas cabras inofensivas y unas cuantas ovejas medio famélicas. Las ovejas buscaban hierbas para alimentarse entre las ruinas de la vieja ciudad. Aquello daba pena.

Nada quedaba de la grandiosa urbe fundada por los fenicios. Lixus sigue teniendo una ubicación estratégica, pero los gobernantes de Marruecos no le saben sacar partido. La gente de la zona intenta sobrevivir como puede. Algunos recogen sal en las marismas. Pero no está en pie el negocio del garum, un subproducto de las salazones de pescados que fabricaban los antiguos habitantes de Lixus. Era todo un negocio cuando la ciudad vivía sus años de esplendor. La factoría de sal está hoy en ruinas. Ha dejado de preparar pescado ahumado y sal para las embarcaciones.

Mi marido insistió en pasear por todas las ruinas. Fuimos andando por un camino polvoriento hasta el anfiteatro romano. Allí montaban un circo con animales salvajes que divertía a los vecinos y a los visitantes. Vimos el deslucido Mosaico del Océano. Aprovechando que llevaba un calzado adecuado para andar, me atreví a seguir a mi marido hasta la cumbre. Había unas vistas preciosas de Loukos, se veían también las salinas con terraza y los alminares de Larache. Hacia abajo se extendía la acrópolis, junto con los restos del oratorio. Mirando el oratorio te venían ganas de rezar en aquellos altares rodeados de columnas y una cámara en bóveda.

Os recomiendo visitar Lixus en Marruecos, pero hay que ir con mentalidad de ruinas de la vieja gloria de una ciudad que hoy no es más que unos escombros más o menos bonitos. Lo mejor son sus vistas desde la cumbre. Lo peor es que las ruinas estén tan descuidadas. Si quitaran las cabras y las ovejas de en medio, Lixus ganaría mucho. Así parece la ciudad de los muertos gloriosos. Te pones triste. Piensas que podrías estar viendo una ciudad esplendorosa de hoy en día en su futuro ruinoso. No somos nada. Todo es polvo.



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A mi marido le gusta mucho La Rioja. Su padre iba a la vendimia cuando él era niño para poder incrementar un poco los escasos ingresos de la familia. Por eso mi santo está muy agradecido a los riojanos. El año pasado nos llevó a mi y a las niñas a ver los lugares que visitó durante su infancia su progenitor. Nos alojamos en la Hospedería Señorío de Briñas, en Briñas, un hotel rural en medio de un paisaje de viñedos y bodegas.

Me gustó la casona. Tiene una fachada de sillería del siglo XVIII que no tiene nada que envidiar a algún palacio real. Dentro te sientes como en casa gracias al trato cercano de sus propietarios. Te tratan más como a una invitada que como una clienta. Nos dieron dos habitaciones con camas limpias, muebles antiguos y el buen gusto de una decoración que no olvida el pasado de la vieja casa.

La arquitectura de otros tiempos se hace presente en los muros de sillería, en los balcones de forja. No faltan detalles un poco pasados de moda. Por ejemplo, los viejos radiadores. Mi marido decía que no funcionaban. No pudimos comprobarlo. Eran días de sol y altas temperaturas. Los suelos de madera listada se veían muy limpios. Limpieza es lo que inspira este hotel rural por dentro.

Encima del albañal, en la antigua cuadra, pudimos ver una exposición de antigüedades. No me interesaron mucho. Yo soy fan de Ikea. Los muebles viejos no van conmigo. Nunca compraría un sillón Luis XVI.

A mis hijas les llamó mucho la atención el desagüe de tejas en forma de palmera que había en la suite 7. Nosotros queríamos la suite dúplex. No fue posible cogerla: estaba ocupada. Pero quedamos contentos en nuestras habitaciones más sencillas. También teníamos un arco bizantino, pomos en las puertas antiguos, herrajes decorativos y unos toalleros en los cuartos de baño que procedían de los primeros aseos que tuvo la casona.

Os la recomiendo. La Hospedería Señorío de Briñas en La Rioja tiene una buena ubicación para hacer una excursión por los campos de vides. No faltan iglesias para visitar por los alrededores. Mi santo quería hacer un tour religioso como cuando viene su madre con nosotros. Sólo acepté ir a ver dos iglesias: la basílica de la Vega y la iglesia de Santa María. Me interesaba más ver las casonas hidalgas que hay a unos cuatro kilómetros. Muchas conservan las viejas bodegas.

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