Me regalo unas vacaciones en Cerdeña. Sola. Sin marido. Sin hijas. Sin esa suegra que es como Matusalén. Sin nadie conocido.
Me alojo en el Hotel María Rosaria, un hotelito que se encuentra en Orosei, en la costa oriental de Cerdeña. Andas unos pocos metros y llegas al centro histórico del pueblo. El hotel está rodeado de paisajes mediterráneos y cercano a playas de aguas cristalinas, ofrece a los visitantes la posibilidad de combinar descanso con exploración cultural y natural.
Servidora opta por el descanso. Necesito volver a ponerme las pilas. No quiero explorar nada. Mi única exploración es la cama. Miro que esté limpia y me tiro. ¡Qué suerte poder dormir a pierna suelta!
La proximidad del Hotel Rosaria al aeropuerto y al puerto de Olbia lo convierte en un punto de partida ideal para quienes desean recorrer la isla. Lo notas en la falta de ruidos. La gente se marcha de excursión nada más abrir el día.
El establecimiento cuenta con instalaciones modernas y acogedoras: piscina exterior con zona infantil, restaurante y pizzería, además de servicios como alquiler de bicicletas, coches y excursiones organizadas. Alquilo una bici para dar una vuelta cuando me canso de tanta habitación. ¡Cuánto tiempo hacía que no andaba en bicicleta! No sé por qué me acuerdo de mi primera bicicleta grande. Me la había comprado mi madre en la mítica Cachaza. ¡Qué tiempos!
Regreso a mi cuarto. Es una habitación como el resto. Este hotel de Cerdeña tiene estancias clónicas. Las habitaciones, decoradas con madera clara y detalles sencillos, están equipadas con aire acondicionado, minibar y televisión, garantizando comodidad tanto para familias como para parejas o viajeros en solitario. Lo que vale para una vale para toda la familia. Siempre me ha llamado la atención las familias que se meten con niños y niñas en una sola habitación. Yo no podría vivir en un camarote de los hermanos Marx.
Pese a las muchas familias que hay alojadas en el hotel se respira sosiego. La atmósfera es relajada y pensada para quienes buscan tranquilidad sin renunciar a la practicidad.
Mi tercera noche es menos tranquila. Me despierta la discusión de la familia que se aloja en el cuarto contiguo al mío. Se divorcian. Lágrimas. El marido se va dando un portazo. Me da pena la señora, con dos niños y llorando como una magdalena.
Por la mañana una camarera de piso me pregunta si necesito ayuda con las maletas. Le digo que no. La camarera tiene ganas de hablar y me cuenta que mis vecinos de cuarto se han ido. Me da igual. Yo también me voy. Con tres días en Cerdeña he tenido bastante. Necesito regresar a mi Coruña, a mi pisito de soltera en Linares Rivas, a mis cafés, a mis paseos, a mi trabajo también.
La camarera dice que los huéspedes valoran especialmente la limpieza, la atención del personal y la versatilidad de los servicios, que incluyen desde actividades acuáticas hasta opciones gastronómicas locales. Vende muy bien el producto. Supongo que su charlatanería está buscando una propina.
No me voy sin antes dar un paseo por la localidad. Caminar por Orosei es como adentrarse en un mosaico de historia y naturaleza. Sus calles estrechas, empedradas y flanqueadas por casas de piedra, transmiten la esencia de un pueblo que conserva intacta su identidad sarda. Las iglesias antiguas, como la de San Giacomo, aparecen en cada esquina como guardianas del tiempo, mientras los talleres artesanales y pequeñas plazas invitan a detenerse y observar la vida cotidiana con calma. El aire huele a pan recién horneado y a flores mediterráneas, creando una atmósfera acogedora que envuelve como un abrazo.
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Al salir del casco histórico, el paseo se transforma en un encuentro con la naturaleza. Los caminos conducen hacia playas de arena clara y aguas turquesa, como Cala Ginepro o Marina di Orosei, donde el mar parece extenderse infinito. El contraste entre la tranquilidad del pueblo y la inmensidad del paisaje costero convierte la experiencia en un viaje completo: cultura, tradición y belleza natural se entrelazan en cada paso, dejando la sensación de haber descubierto un rincón auténtico de Cerdeña.
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