Tuesday, January 29, 2008

El fantasma, 18

 Quien regresa es el gato. Carlos le abre la puerta como a un hijo pródigo.
 
 -Es el gato de la madre de Alberto -se justifica-. No lo podemos echar de casa.
 
 El gato se sienta sobre los pies de Mara, callado, sin enseñar los dientes ni mover los bigotes felinos. Parece un gato doméstico, pero lo conocemos, sabemos que es un animal con conexiones con la ultratumba.
 
 -¿No te pesa el gato, Mara?
 -No, Sophia. Déjalo estar sobre mis pies. Me los calienta.
 
 Empiezo a preocuparme por la salud mental de Mara. Una viuda blanca sin muerto acaba loca. Lo leí en algún sitio, no recuerdo dónde; quizá en alguna revista con sección de consejos médicos, no sé.
 
 Pepa, la asistenta, perfuma la casa con un fregado de suelo. Los líquidos de limpieza ahora los hacen con mucho perfume para dar sensación de limpieza olfativa con un cambio de aroma.
 
 Carlos estornuda una vez, dos, tres,... sigue estornudando. Me asusto. Nunca le había oído más de dos estornudos seguidos.
 
 -¿Qué te ocurre, amor?
 
 Se suena ruidosamente. ¿Será asmático?, ¿o alérgico al líquido de limpieza? Se lo pregunto.
 
 -Nadie es alérgico a la limpieza, niña -dice la asistenta-. Esta casa daba asco. Tiene razón doña Margot: no vales para ama de casa.
 -No quiero ser ama de casa, señora. Me conformo con se la ama de Carlos.
 -Mírala... Ama y esclavo. Esta sociedad española está podrida.
 
 Me sonrojo. ¿Está insinuando que practicamos sado? ¡Por favor!
 
 Quien no insinúa es el gato; maulla descaradamente.
 
 -¡Acabo de ver a Alberto! -chilla Mara.



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