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No conocí un hotel más pensado para los esquiadores que El Lodge en Sierra Nevada, Granada. Es un hotel en el que puedes entrar y salir esquiando. Las habitaciones están en la planta superior. La planta inferior está para la recepción, el bar y el ski-room.
¿Qué es el ski-room? Es donde te cambias. Tienes un armario guardaesquís, un secador-higienizador de botas, un taller mecánico y asientos para calzarte. Yo agradecí mucho los asientos para calzarme cómodamente mis botas calentitas para la nieve. Mi chico es más apañado que servidora cuando vamos a esquiar o a hacer que esquiamos, lo cual es lo mismo para mí. Lo importante es divertirte y conocer gente para hacer negocios. Lo de esquiar mejor o peor no tiene mayor importancia.
Me gustó mucho el salón inglés que hay en este pequeño hotel de montaña. El bar decorado con motivos de esquí también tenía su gracia. Pero el salón inglés estaba mejor para una persona a la que le gusta tanto el buen gusto británico a la hora de decorar los salones.
Como os dije, los dormitorios están en la planta superior. Son dormitorios todo madera. El hotel entero es un todo madera. Pero no ves polilla. Tanto las paredes como las techumbres y los suelos están bien barnizados y la madera de pino finlandés se ve nuevecita.
Poco fui a esquiar. Me pasé mis momentos de ocio en el hotelito. Cuando no estaba en el salón inglés estaba en el bar y cuando no estaba en el bar me estaba relajando en la bañera de hidromasaje instalada en el exterior del hotel. Era un gusto estar a remojo mientras mirabas los picos nevados de Sierra Nevada. Nieve blanca como el color blanco. Me sentí en mi séptimo cielo metida en la bañera hidromasaje. Tantas fuerzas me dio la sesión de de bañera de hidromasaje que me animé a acompañar a mi chico a hacer algo de senderismo por el Parque Nacional de Sierra Nevada.
Os recomiendo El Lodge en Sierra Nevada, Granada. Es un hotel perfecto para los que van a esquiar al sur. Te sientes muy metida en el mundillo del deporte de invierno por excelencia porque el hotel está diseñado para que los esquiadores se sientan en su salsa.
¿Qué es el ski-room? Es donde te cambias. Tienes un armario guardaesquís, un secador-higienizador de botas, un taller mecánico y asientos para calzarte. Yo agradecí mucho los asientos para calzarme cómodamente mis botas calentitas para la nieve. Mi chico es más apañado que servidora cuando vamos a esquiar o a hacer que esquiamos, lo cual es lo mismo para mí. Lo importante es divertirte y conocer gente para hacer negocios. Lo de esquiar mejor o peor no tiene mayor importancia.
Me gustó mucho el salón inglés que hay en este pequeño hotel de montaña. El bar decorado con motivos de esquí también tenía su gracia. Pero el salón inglés estaba mejor para una persona a la que le gusta tanto el buen gusto británico a la hora de decorar los salones.
Como os dije, los dormitorios están en la planta superior. Son dormitorios todo madera. El hotel entero es un todo madera. Pero no ves polilla. Tanto las paredes como las techumbres y los suelos están bien barnizados y la madera de pino finlandés se ve nuevecita.
Poco fui a esquiar. Me pasé mis momentos de ocio en el hotelito. Cuando no estaba en el salón inglés estaba en el bar y cuando no estaba en el bar me estaba relajando en la bañera de hidromasaje instalada en el exterior del hotel. Era un gusto estar a remojo mientras mirabas los picos nevados de Sierra Nevada. Nieve blanca como el color blanco. Me sentí en mi séptimo cielo metida en la bañera hidromasaje. Tantas fuerzas me dio la sesión de de bañera de hidromasaje que me animé a acompañar a mi chico a hacer algo de senderismo por el Parque Nacional de Sierra Nevada.
Os recomiendo El Lodge en Sierra Nevada, Granada. Es un hotel perfecto para los que van a esquiar al sur. Te sientes muy metida en el mundillo del deporte de invierno por excelencia porque el hotel está diseñado para que los esquiadores se sientan en su salsa.
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Los tres días que pasamos mi chico y servidora en La Casona de la Peña en Ajo, Cantabria, fueron inolvidables. Esta casona palacio del siglo XVII no te deja indiferente. Ves que sus dueños se han ido dejando el dinero a lo largo de los siglos en la compra de las obras de arte que adornan todos sus rincones. Donde no ves un espejo ideal ves una cerámica o una pequeña escultura que piensas que quedaría bonita en el salón de tu casa. Yo saqué muchas ideas para mi casa mirando la decoración de este pequeño hotel con mucho encanto.
Tampoco te deja indiferente su jardín con sus ocho mil metros cuadrados de extensión. Es lo suficiente grande como para que puedas pasear sin agobio. Y no es tan grande grandísimo como para que te pierdas entre setos y árboles.
Mi chico hizo muchas fotos de la torre blasonada, la capilla, el jardín delantero tan cuidado y hasta sacó fotos del recibidor. Yo temía que le llamaran la atención. No me gusta que saque fotos como un japonés. Hay que ser discretos. En todo caso, no era el único fotógrafo aficionado que había por allí. Un señor mayor se empeñó en que le abrieran la capilla para sacar fotos del interior. Creo que los domingos dicen misa en la capilla. No pudimos comprobarlo porque llegamos un jueves y marchamos el sábado.
Yo me hubiera quedado más días de haber podido. Me gustó mucho la habitación. Era una habitación regia y espaciosa con losas de piedra en los suelos y muchas vigas de madera en el techo. Todo el techo abuhardillado del cuarto estaba sostenido por un montón de vigas de madera. Me comentó la camarera de habitación que eran unas maderas de hacía cuatrocientos años. Quedé a cuadros. No se veía nada de polilla en aquellas vigas. La cama tenía una colcha más blanca de la nieve que se veía nuevecita. Los espejos de palacio daban vidilla a las paredes. Del techo colgaban unas lámparas de estilo velas colgantes. Era un cuarto que nos inspiró noches de luna de miel.
Poco salimos del hotelito. Sólo fuimos andando hasta las Playas de Cuberris. No estaba el tiempo para darse un chapuzón en el mar. Sólo nos atrevimos a descalzarnos y pasear por los arenales. El mar estaba algo bravo, pero no era para tanto. Una señora nos dijo que saliéramos de la playa porque podía venir una ola y acabar con nuestras existencias. No fue para tanto. Ni nos salpicó el oleaje. Hay que saber pasear por una playa en invierno.
Os recomiendo La Casona de la Peña en Ajo, Cantabria, un pequeño hotel de estancias regias y espaciosas decoradas con buen gusto. Yo pienso volver con las niñas para que puedan apreciar lo que es alojarse en una casa con mucha historia, tal como atestiguan los escudos de la torre.
Tampoco te deja indiferente su jardín con sus ocho mil metros cuadrados de extensión. Es lo suficiente grande como para que puedas pasear sin agobio. Y no es tan grande grandísimo como para que te pierdas entre setos y árboles.
Mi chico hizo muchas fotos de la torre blasonada, la capilla, el jardín delantero tan cuidado y hasta sacó fotos del recibidor. Yo temía que le llamaran la atención. No me gusta que saque fotos como un japonés. Hay que ser discretos. En todo caso, no era el único fotógrafo aficionado que había por allí. Un señor mayor se empeñó en que le abrieran la capilla para sacar fotos del interior. Creo que los domingos dicen misa en la capilla. No pudimos comprobarlo porque llegamos un jueves y marchamos el sábado.
Yo me hubiera quedado más días de haber podido. Me gustó mucho la habitación. Era una habitación regia y espaciosa con losas de piedra en los suelos y muchas vigas de madera en el techo. Todo el techo abuhardillado del cuarto estaba sostenido por un montón de vigas de madera. Me comentó la camarera de habitación que eran unas maderas de hacía cuatrocientos años. Quedé a cuadros. No se veía nada de polilla en aquellas vigas. La cama tenía una colcha más blanca de la nieve que se veía nuevecita. Los espejos de palacio daban vidilla a las paredes. Del techo colgaban unas lámparas de estilo velas colgantes. Era un cuarto que nos inspiró noches de luna de miel.
Poco salimos del hotelito. Sólo fuimos andando hasta las Playas de Cuberris. No estaba el tiempo para darse un chapuzón en el mar. Sólo nos atrevimos a descalzarnos y pasear por los arenales. El mar estaba algo bravo, pero no era para tanto. Una señora nos dijo que saliéramos de la playa porque podía venir una ola y acabar con nuestras existencias. No fue para tanto. Ni nos salpicó el oleaje. Hay que saber pasear por una playa en invierno.
Os recomiendo La Casona de la Peña en Ajo, Cantabria, un pequeño hotel de estancias regias y espaciosas decoradas con buen gusto. Yo pienso volver con las niñas para que puedan apreciar lo que es alojarse en una casa con mucha historia, tal como atestiguan los escudos de la torre.
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Nos alojamos en el Hotel Atalaya en Mundaka, Vizcaya, un fin de semana que a mi chico se le dio por ir a surfear con sus sobrinos. Casi me preocupaba y no lo dejé ir solo. Para mí eso del surfeo es para adolescentes. Un hombre con los treinta años cumplidos y los cuarenta años cercanos no debe arriesgar su existencia saltando las olas con una tabla de surf. Este pequeño hotel está frente a la ría de Mundakan, justo donde mi chico y sus sobrinos iban a surfear.
No es un hotel grande. Se trata de una casa con galería y jardín. Data de principios del siglo XX. Se le notan los años en una fachada que ha sido remodelada, igual que su interior. Han conseguido ofrecer un pequeño hotel con todas las comodidades a los turistas tras gastar dinerito poniéndolo a día.
Lo que sí me faltó en este hotelito fue espacio. Tuvimos que coger tres habitaciones para los cuatro. Una para las niñas y las otras dos para nosotros. Nuestro matrimonio corría peligro en la falta de espacio que había para dos personas en las pequeñas habitaciones del Hotel Atalaya en Mundaka, Vizcaya.
El hotel está muy bien gestionado. Saben conquistar al cliente. Nos invitaron a tomar un marmitako con el resto de los huéspedes. Nos vino bien. Así hicimos amigos y yo pude venderles a las señoras mis cremas. No pierdo ocasión para hacer dinero con mi negocio. Era una noche templada de otoño. Se estaba de maravilla en el jardín.
Poco salimos por los alrededores. Mi marido estaba cansado de verme al borde del mar mirando sus evoluciones con la tabla de surf. Sabe que sufro con sus deportes acuáticos. Por eso buscó tiempo para llevarnos en el coche hasta la iglesia de Santa María. Pretendía que rezara en una iglesia y no en la orilla del mar Cantábrico. A esta iglesia puedes ir andando. Está cerca. También nos acercamos hasta el Palacio Larrinaga y acabamos nuestro recorrido de pocos kilómetros en la Ermita de Santa Catalina. Una pequeña iglesia preciosa.
Os recomiendo este hotelito. Tiene habitaciones pequeñas. Lo solucionas cogiendo dos en vez de una. Todo tiene solución. Yo tal vez vuelva. A mi chico le encantó la ría de Mundaka para surfear.
No es un hotel grande. Se trata de una casa con galería y jardín. Data de principios del siglo XX. Se le notan los años en una fachada que ha sido remodelada, igual que su interior. Han conseguido ofrecer un pequeño hotel con todas las comodidades a los turistas tras gastar dinerito poniéndolo a día.
Lo que sí me faltó en este hotelito fue espacio. Tuvimos que coger tres habitaciones para los cuatro. Una para las niñas y las otras dos para nosotros. Nuestro matrimonio corría peligro en la falta de espacio que había para dos personas en las pequeñas habitaciones del Hotel Atalaya en Mundaka, Vizcaya.
El hotel está muy bien gestionado. Saben conquistar al cliente. Nos invitaron a tomar un marmitako con el resto de los huéspedes. Nos vino bien. Así hicimos amigos y yo pude venderles a las señoras mis cremas. No pierdo ocasión para hacer dinero con mi negocio. Era una noche templada de otoño. Se estaba de maravilla en el jardín.
Poco salimos por los alrededores. Mi marido estaba cansado de verme al borde del mar mirando sus evoluciones con la tabla de surf. Sabe que sufro con sus deportes acuáticos. Por eso buscó tiempo para llevarnos en el coche hasta la iglesia de Santa María. Pretendía que rezara en una iglesia y no en la orilla del mar Cantábrico. A esta iglesia puedes ir andando. Está cerca. También nos acercamos hasta el Palacio Larrinaga y acabamos nuestro recorrido de pocos kilómetros en la Ermita de Santa Catalina. Una pequeña iglesia preciosa.
Os recomiendo este hotelito. Tiene habitaciones pequeñas. Lo solucionas cogiendo dos en vez de una. Todo tiene solución. Yo tal vez vuelva. A mi chico le encantó la ría de Mundaka para surfear.
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