La caza no me gusta. Me refiero tanto a la caza en sí como a los animales que cazan y que te sirven como manjares grandiosos en restaurantes como el Restaurante Lera en Zamora. Fui a este restaurante con mi marido y unos socios suyos. Me arrepentí en el mismo momento que crucé la puerta y los olores de carnes salvajes cocinadas llegaron a mi nariz.
Los socios de mi marido decían que era una buena época para ir a comer caza. Estábamos en otoño. Todos los platos eran recetas elaboradas con los productos de cercanía y las piezas cinegéticas de Tierra de Campos.
El menú estaba sobrado de escabeches, setas y potentes platos de caza. Cuando vi un asado de liebres casi me desmayo. Pedí una sopa. No estaba mal. Pero estuvo peor cuando el camarero, todo contento, me dijo que estaba comiendo una sopa de pato azulón. ¡Por favor! ¡Estaba comiendo trocitos de pato! Dejé la sopa a medio tomar. Enfrente mío la mujer del socio más rico de mi esposo devoraba una codorniz. A mi lado mi chico daba buena cuenta de un estofado de conejos de campo y me decía que pidiera lo mismo. Estaba, según él que te chupabas los dedos. Acepté el reto del conejo. No estaba mal. Pero poco pude comer. Me empecé a acordar de los conejitos que tenía mi abuela en el corral y dejé el plato sin acabar. Lo que me hizo levantar de la mesa fue el olor a pichones que salía de la mesa vecina. Era lo más barato. Se notaba mirando los tremendos platos que servían.
No os recomiendo ni os dejo de recomendar el Restaurante Lera en Zamora. Si te gusta la caza es tu restaurante. Si no te gusta la caza no pidas nada. Seguro que la comida no te entra. Lo que sí me gustó fue la decoración del restaurante. No ves bichos colgados ni esas cosas. Tiene una decoración sencilla con grandes ventanales desde donde ves los campos. No puedo decir lo mismo del aspecto de los platos. Tienen una presentación que recuerda la de los platos de lentejas de los años setenta en las casas de familia numerosa.
Los socios de mi marido decían que era una buena época para ir a comer caza. Estábamos en otoño. Todos los platos eran recetas elaboradas con los productos de cercanía y las piezas cinegéticas de Tierra de Campos.
El menú estaba sobrado de escabeches, setas y potentes platos de caza. Cuando vi un asado de liebres casi me desmayo. Pedí una sopa. No estaba mal. Pero estuvo peor cuando el camarero, todo contento, me dijo que estaba comiendo una sopa de pato azulón. ¡Por favor! ¡Estaba comiendo trocitos de pato! Dejé la sopa a medio tomar. Enfrente mío la mujer del socio más rico de mi esposo devoraba una codorniz. A mi lado mi chico daba buena cuenta de un estofado de conejos de campo y me decía que pidiera lo mismo. Estaba, según él que te chupabas los dedos. Acepté el reto del conejo. No estaba mal. Pero poco pude comer. Me empecé a acordar de los conejitos que tenía mi abuela en el corral y dejé el plato sin acabar. Lo que me hizo levantar de la mesa fue el olor a pichones que salía de la mesa vecina. Era lo más barato. Se notaba mirando los tremendos platos que servían.
No os recomiendo ni os dejo de recomendar el Restaurante Lera en Zamora. Si te gusta la caza es tu restaurante. Si no te gusta la caza no pidas nada. Seguro que la comida no te entra. Lo que sí me gustó fue la decoración del restaurante. No ves bichos colgados ni esas cosas. Tiene una decoración sencilla con grandes ventanales desde donde ves los campos. No puedo decir lo mismo del aspecto de los platos. Tienen una presentación que recuerda la de los platos de lentejas de los años setenta en las casas de familia numerosa.
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