Encuentro en el jardín botánico

 Carlos fue superpuntual. Quedamos a las siete y media, y quince minutos antes estaba plantado ante la puerta del Jardín Botánico. Lo observé desde lejos. No había duda de que era consultor, se fijaba demasiado en todo cuanto se movía a su alrededor. Llevaba una corbata amarilla de Loewe peleada con un traje de Adolfo Dominguez. El diseñador gallego no acierta con los sastres para hombres.

 

 Cuando me acerque me sorprendió su sonrisa de superioridad. Le di la mano. Su apretón era de jefe. Vamos mal, me dije. Yo no soy la sirvienta de nadie.

 

 Subió a mi coche y fuimos a "Lucio" a cenar.

 

 -¿Qué tal en Madagascar?

 -Muy bien, pero ya me apetecía regresar.

 -¿Cuántos días tarda tu avión en regresar a Barajas?

 

 Recordé que le habían dicho que era azafata. Bueno, aquello tenía arreglo.

 

 -Fui de pasajera. Tenía unos días libres y me apetecía pasarlos en un sitio poco común en los circuitos turísticos.

 

 -Te comprendo. A mi tampoco me gusta lo habitual, prefiero llevar una vida inusual.

 

 Carlos no quiso contarme en qué consistía su vida inusual. Se mostró muy interesado en mi estancia en Madagascar. Le hable de aquel país primitivo, de sus horrorosas carreteras, de los aviones horribles de Air Mad, la compañía local.

 

 -¿Se defiende uno bien con el francés en Madagascar?

 -Sí, pero en las aldeas los nativos hablan malache. ¿Quieres abrir una fábrica allí? -le pregunté.

 -Tengo bastante con mi empresa aqui. Estamos expandiéndonos fuera de Galicia.

 -¿Es una empresa de conservas?

 -No. ¿Por qué pensaste que mi empresa era una conservera?

 -Perdona, olvide que eras consultor.

 -Tengo una empresa de capital riesgo.

 

 Su mirada fría me hizo sospechar que Carlos era el auténtico riesgo. Era un hombre con doble fondo.

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