Carlos seguía reacio a colaborar en mis investigaciones. Sólo acepto ayudarme a preparar los platos. Es un cocinillas. Le encanta jugar a cocinero imaginativo.
Me puse un sastre sobrio. Necesitaba un mandil pero no tenía.
-Deberías recoger el pelo -me sugirió Carlos.
-Una trenza y listo. No soporto los moños estilo ama de llaves.
Al pito pito colorito elegí una puerta. Llamé. Contestó una voz masculina extasiada. No dije nada y fui hacia otra habitación. Allí estaban haciendo el amor y no necesitaban más cena.
En el siguiente cuarto estaban los ancianos que habíamos oído discutir. El hombre, un calvo de amplia figura, acepto la cena. La mujer no dijo nada. Leía el horóscopo. Creo que era libra porque su dedo quemado de nicotina señalaba ese signo.
Todas las habitaciones estaban ocupadas. Carlos tenía razón: aquel hombre hostelero de profesión y padre de familia numerosa lo engañaba.
Regresé a nuestro cuarto contentísima. Mi chico podía reclamarle el pago del préstamo. Cuando abrí la puerta casi me desmayo. ¿Qué demonios pasaba allí?...
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