Investigando

Después de la copiosa cena que nos sirvieron en la habitación me pongo manos a la obra. Carlos protesta. Él no vale para hacer de Sherlock Holmes. Quiere dejar la investigación para los detectives que investigan las bajas de sus empleados.

Bajo a la cocina a buscar una sobrecena ligerita.

-¡Quieren más comida? -pregunta espantada la joven esposa del hostelero.
-Siempre tomamos un refrigerio antes de acostarnos. ¿Esta ensaladilla le sobra? Me la llevo. Déjeme unos cuantos platos limpios.
-¿Cuántos platos lleva?
-No los cuento.
-Ha cogido usted media vajilla.
-Por si repetimos. No se come en los platos usados.
-¿Están ustedes enfermos?
-No, querida. Estamos sanísimos por eso comemos tanto.
-¿También lleva el frutero?
-Sólo estas naranjitas. A mi chico le encantan los cítricos.
-¿Y también van a comer pan?
-Por supuesto.
-Ha cogido medio bollo.
-No es tanto pan para dos personas.
-¿Quiere que se lo llevemos a su cuarto?
-No, gracias. Yo me arreglare muy bien sola.

El hostelero entró en la cocina con un par de chiquillos vestidos con uniformes de colegio religioso de pago. Los niños no querían dormir. El hombre se ofreció a ayudarme a llevar la superfuente. Le dije que no era necesario. Tenía que contarle un cuento a los niños.

-Yo no ando con cuentos -masculló.
-¿Cómo quiere entonces dormir a los críos? A mi me contaban todas las noches el cuento de Caperucita. Dormía como una bendita toda la noche para que no me zampara el lobo feroz.

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