Las cenas románticas son ridículas sobre todo cuando quien comparte mesa con una tiene más parecido interior con Drácula que con una alma noble.
-No estoy acostumbrado a conducir -me confesó-. Comprendo que prefieras venir a La Coruña en taxi.
-Necesitas un chófer.
-Ya lo tuve. Cuando era uno de los directivos de una empresa que prefiero no decirte hasta tenía asesor de imagen.
¿En qué empresa trabajaría? ¿En un banco? ¿Algo relacionado con la Bolsa?
-Viví varios años en Nueva York. Era broker.
-Y ahora ¿has regresado a Galicia para jubilarte anticipadamente?
-¡No! -Igancio estalló en carcajadas que hicieron girar varias cabezas.- Me quedan más de veinte años para la jubilación anticipada.
-A mi me quedan muchísimos más, querido, pero hay que ir haciendo planes.
Ignacio me cuenta que sus padres son dos felices jubilados en su casa de Sangenjo. Hace muchos años que vive solo pero se lleva tan bien con su familia que los visita todas las semanas.
Las velas me empiezan a poner nerviosa. Cada vez que pasa el camarero por mi lado tiemblan las llamas amenazando con un incendio las fuentes rebosantes de marisco gallego que ha pedido mi anfitrión. Cuando se levanta la vieja gorda de la mesa pegada a la pared su vestido de gasa pasado de moda forma un vendaval que apaga medio candelabro. Iganacio vuelve a encender las velas con un mechero tan antiguo como Matusalén. No puedo más. Soplo las velas como si celebrara el cumpleaños de mi gordo y acabo con la amenaza de incendio que nos separa.
-¿Qué has hecho?
Le desanudo la corbata y le digo:
-Querido, modernizate un poco.
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